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viernes, 6 de diciembre de 2013

XII - ÁRTEMIS


Y cuando se dieron las mutuas garantías
Le deja a su hija elegir a uno de los pretendientes,
Adonde la llevasen las auras amables de Afrodita.
Y ella eligió a quien ¡malhaya sea! Jamás hubiese
Llegado a casarse: a Menelao

(Ifigenia en Áulide, Eurípides)

Está pensativa en su rincón preferido. Al trasluz de los visillos su semblante se torna azul. Acaban de recoger el servicio y se ha quedado sola, en medio de la habitación que nunca está habitada. La mañana se hace lenta y monótona y los reflejos del sol se cuelan como duendes por entre las rendijas de los fraileros. Las minúsculas motas de polvo flotan a miles atravesando los proyectados haces. Su mente está en otra parte, desde hace años, desde que el huracán la dejó alelada para siempre.

En su recuerdo, un atardecer neblinoso. Su padre, solícito, borricón, como siempre, enamorado de ella desde que fue pequeña. El carretón dando tumbos por entre las trochas de maíz, bamboleándose camino del pueblo; quejoso como si tomase conciencia de la preocupación que acompaña a la comitiva. Las enormes ruedas siguen el surco de los relejes. El boyero dirige la testuz del animal con armoniosa pericia.

Ya llegan. El médico espera a la entrada del caserón. Salen mujeres con delantales blancos, presurosas, sabedoras de lo que tienen que hacer. En pocos instantes preparan a la recién llegada: la desnudan, le dan calmantes y paños húmedos que aflojen la calentura; el doctor tiene el ceño fruncido, preocupado. Sabe que la criatura viene mal; lo sabe porque ya ha pasado el tiempo, las cuentas se han superado y no es posible que esto sea normal.

Al amanecer ya todo ha pasado. El huracán se ha llevado por delante los sembrados, ha revuelto el río y ha dejado una templanza seca; el huracán se ha ido y con él se llevó la esperanza de los habitantes del valle para ese año; el huracán dejó su huella en los pastizales caídos, en los trojes derrumbados, en los caminos cenagosos, impracticables; el huracán hizo musitar quejidos y rezos a las viejas de la comarca y destruyó la torre de la ermita con un certero rayo. Desde entonces, Luisa no ha vuelto a hablar. El huracán se llevó por delante la lucidez de Luisa, dejándola parada, para siempre, en el recuerdo de aquel malogrado día.

Luisa piensa, pero no pronuncia palabras. Todos saben que es consciente y que entiende las cosas; tiene sensibilidad y a veces siente frío: nunca calor; siquiera cuando en el verano la sientan en la terraza que da al mar, a pleno sol durante las mañanas de julio, y se deja llevar tranquila y regresa fría, con la piel transparente y casi sin pulso.

Su pensamiento está en otra parte. Por eso no sufre, por eso no siente el calor. Su mente tiene retenida la imagen de su hija, la única que tuvo en la relación con Alfredo, el único hombre que conoció, el único hombre al que amó.

Alfredo había aparecido un día por el caserío, acompañado de Inés y José Luis que eran primos de Luisa; Alfredo era compañero de José Luis, en Santander donde ambos trabajaban en una consignataria de buques. De aquel encuentro fortuito nació un amor que desembocó en boda siete meses más tarde. Después vino el desastre. Alfredo sufrió un accidente que le provocó la muerte y esto pudo ser la causa de la malformación del parto, pues cuando esto sucedió, Luisa estaba casi fuera de cuentas.

Su hija, a la que dejaron ver en muy contadas ocasiones, nunca supo que su madre vivía; la familia desistió de explicaciones y prefirió mantener a la niña ignorante de todo. Cuando le hacían saludar a su madre, la niña siempre pensó que era una obra de caridad obsequiar con un beso a aquella loca que de vez en cuando la traían por allí, aunque ese gesto le causase una infinita lástima.

La niña se crió en el campo, con los abuelos maternos. Fue feliz dentro de su ignorancia y nunca echó de menos a sus padres; ese sentimiento filial no existía en el corazón de la niña; sus abuelos fueron capaces de suplantar el vacío, incluso cuando la abuela falleció y quedo sólo el abuelo.

Sin embargo, en el corazón de la niña quedó para siempre la expresión de la loca, como anhelante; una expresión que parecía querer decir algo, a ella, no a los otros. Nunca supo si aquella mujer de ojos verdes, cabellos rojizos y piel transparente estaba alucinada o ensimismada.

Sin embargo, Luisa sí supo captar las dudas de la niña. Y no quiso que sufriera por ella.

Una mañana de febrero, en el salón vacío que nunca estaba habitado, Luisa dispuso sus cosas: preparó junto a ella la pequeña mesita que utilizaban para depositar la bandeja en la que traían su comida; tomó un papel del escritorio y con letra grande y temblorosa, rasgó la superficie con un nombre.

Después dejó caer el estilo que rebotó en el suelo y reposó su nuca en el mullido almohadón que cubría el respaldar del sillón.

Cuando la encontraron una hora más tarde su cara había recobrado la expresión que de joven tenía: nada en su rostro denunciaba la muerte ni el sufrimiento. Su expresión era de una extraordinaria y plena paz.

Sobre el papel, resueltamente escrito estaba Lara.



                                      Madrid, Bogotá y Sevilla, 17 de mayo de 2003

XI - IFIGENIA


¡Ay, ay! ¡Día que la antorcha portas y luz de Zeus!
¡Otra existencia y destino habitaré! ¡Adiós, amada luz mía!

(Ifigenia en Áulide, Eurípides)

Iba yo en el bus que va a Colón; le dije al conductor que me dejase en Sabanitas, frente al enorme y bien surtido supermercado Rey; de allí, otro bus me llevaría a María Chiquita y Portobelo. Cuando llegué a Portobelo, bajé de la guagua y me dirigí a una de las muchas cabañas que existen en el centro para comer e informarme dónde dormir; entré en Aris, una de esas cabañas de las muchas que allí hay, y pedí sopa de marisco y pulpo, con un poco de cau cau y torta de maíz. Después saboreé un excelente café exprés y quedó mi cuerpo más que recompuesto. Allí me orientaron y me dirigieron al Nautilus, donde alquilé, por 20 dólares diarios, una cabaña con aire acondicionado, derecho a cocina y baño.

Estuve unos días. Contemplé extasiada la ciudad y sus alrededores: viejos fuertes y cañones de la época de la colonización, gallinazos sobre las ruinas, troneras y profundos fosos, garitas y arsenales. En fin, las ruinas de lo que en tiempos, con los españoles, fuera el más importante enclave colonial del istmo salvando la ciudad vieja de Panamá.

Me aproximé al Castillo de Santiago de la Gloria, obra de Antonelli, a la entrada de la población, erigido en el año 1602, según consta allí en un mármol conmemorativo de los que tanto gusta el turismo moderno. Un poco más hacia el este topé con la Aduana de Portobelo o la antigua Contaduría, donde se llevaban, con los primeros colonizadores, los registros de mercancías y se almacenaban los productos que avituallaban la ciudad; fue presa codiciada por piratas y de hecho, en 1744, el corsario Kinghill le infringió serios daños. Por fuera contemplé la Iglesia de San Felipe, donde no pude entrar por llevar pantalón corto; esta iglesia fue la última obra de los españoles y, como tuvieron que najarse del istmo, no llegaron a terminarla; hoy es Monumento Nacional; en su interior se venera la imagen del Milagroso Jesús Nazareno, el Cristo Negro de Portobelo.

También me acerqué a la Iglesia de San Juan de Dios, a las ruinas del convento de la Merced y al castillo de San Jerónimo, frente a la bocana del puerto.

Mi afán reporteril me hizo ir al otro lado de la bahía; en una barca me llevaron al otro lado. Allí contemplé las ruinas del Castillo de San Fernando, que es del siglo XVII. Los yanquis, que son unos listos, utilizaron estas ruinas para cementerio y como cantera de piedras para la construcción del canal. Sin embargo algo queda todavía en pie. Desde el Castillo de San Fernando pude ver San Fernandino que es una batería baja relacionada con el castillo y que conserva sus cañones, aljibe y expurgador; un poco más arriba está la Casa Fuerte o Casamata, en lo más alto de la colina; protegía las baterías de San Fernando.

Pasé muchas horas en la playa de La Guaira; esta playa tiene una arena blanquísima, aguas cristalinas y arrecifes coralinos, preciosos, donde me bañé. Me harté de comer yuca y pollo frío que servían en los quioscos asentados sobre la misma playa.

En Portobelo estuve diez días. Regresé a Ciudad de Panamá, la moderna de los rascacielos, no la antigua que está a unos ocho kilómetros de esta.

Al cabo de un par de semanas regresé a Madrid.

Había conocido a Hermann Hilgenfldt. Éste Hermann era ingeniero de la United Land Company dedicada al cultivo del banano. Hermann supervisa las plantaciones y es el responsable de las periódicas talas o cortas necesarias para la obtención de los racimos. En Panamá, casi todo lo que hay a la vista, quitando las costumbres y las fiestas, es yanqui; no podía ser de otra manera; los USA son los dueños del canal, pese a Omar Torrijos, al indeseable Noriega y al desafortunado hombre de paja Endara, el Gordo Endara, que juró el cargo en una base norteamericana tras la invasión de los 24.000 rambos que papá Bush envió tras las veleidades ególatras del cerdo Noriega.

Allá no cuentan los Kunas ni los Guaymíes ni los Chocos Emberá ni los Wounaan ni los Teribe ni los Bokotás, que son los indígenas que todavía quedan, unos 200.000. La corrupción impera por sus propios fueros. Los políticos constituyen una clase dominante que todo lo controla, en connivencia con el invasor del norte. Si mal les fue a los panameños con los españoles, peor les va con los gringos explotadores del canal.

Hermann trabaja para ellos, es decir, para los marranos gringos. ¡Qué remedio! Aunque esto no puedo decirlo delante de él, a pesar de que en más de una ocasión le he oído exclamar mit diesen Kerlen kann man nichtsmachen, que quiere decir, más o menos, que con estos tipos no hay nada que hacer.

Hermann estudió en Heidelberg; nació en Neckarsulm y sus recuerdos de infancia hay que centrarlos en el corazón de la Selva Negra, en Friburgo de Brisgovia, donde el gran Danubio nace y donde se mantiene el reducto nobiliario de los Hohenzollern. Después se vino a América realizando la colación de su grado en la universidad de Yale, obteniendo un excelente currículo académico que le facilitó, desde la misma universidad, la contratación para la United Land. De eso hace ya cinco años.

Yo conocí a Hermann en Madrid, a raíz de un Encuentro Iberoamericano sobre pesticidas que se celebraba en el Palacio de Congresos; por entonces yo estaba terminando la carrera y había ido al Congreso interesada por el contenido; mi tesis de licenciatura versa precisamente sobre las plagas y las enfermedades de las musáceas.

Hicimos amistad. Mi conocimiento de Madrid facilitó las cosas. Fui su cicerone y le enseñé la ciudad y los alrededores. Él me enseñó su corazón y quedé, como quien dice, prendada de sus encantos. Hermann ha sido el único hombre que he conocido de verdad y por el que he sido capaz de dejarlo todo.

Una tarde, después de terminar en el Palacio de Congresos, Hermann quiso invitarme al teatro; fuimos a la Zarzuela donde daban una representación de arias de ópera a las que soy muy aficionada; y él también. Recuerdo de Manon Lescaut “Donna non vidi mai” e “In quelle trine morbide”; de Tosca “Recondita armonia”, “Vissi d’arte” y “E lucevan le stelle”; y alguna más que me falla en la memoria; la interpretación corría por cuenta de la Caballé, Mirilla Freni, María Bayo y Renata Scotto.

Cuando terminó la representación fuimos a cenar; Hermann quería un sitio típico y fuimos a La Carmencita, detrás de la Gran Vía, donde se come al estilo manchego; no hay que olvidar que Madrid es un poblachón de La Mancha. La verdad sea dicha yo no estaba muy ducha en eso de la cocina y mucho menos de los cenadores de Madrid; para mí, la comida nunca ha supuesto un problema serio; quiero decir que con cualquier cosa me conformo; y no soy nada exigente. Me habían hablado de ese sitio y de alguno más por ese estilo y fuimos al que primero se me ocurrió. Cualquier lugar menos a los feísimos establecimientos de Madrid donde sirven jamón de plástico, o a los horrorosos burgers que surgen por todas partes.

Después de la cena fuimos a bailar.

Bailar con Hermann es morir de placer. Su voz susurra en mi oído como una ronca acometida al deseo, como una incitación al amor. Su cuerpo es flexible y tensa su corpulencia, con delicadeza, sobre mi delgadez, sin tocarme apenas, sin descomponer la armonía que entre los dos forjamos.

Hermann es fiel a su empresa. Sabe que los gringos le estiman por su seriedad y cuentan con él. El simple hecho de contar con un alemán les evita, a los jefes, dar explicaciones a la gente, a los sindicatos y al gobierno, por los que aparecen públicamente como terratenientes de la compleja red de estancias plantadas y hectáreas asimiladas al entorno platanero desde hace cerca de un siglo, muchas de ellas con dudosos títulos de propiedad.

Pero Hermann no es el Sastre de Panamá. Hermann es un hombre de carne y hueso, sin complicaciones políticas; sus ambiciones pasan por esa línea clara del amor entre todos, paz y disfrute de lo que la vida nos ofrece. Además, su amor a los niños le hace acreedor del cariño de mucha gente.

Infeliz el que insiste en reposar de noche
Y llama grandes premios a sus sueños.
Necio, el sueño ¿qué es
Sino la imagen de la helada muerte?
Ya te darán los hados largo tiempo
Para el reposo.

Yo estoy en Panamá porque he querido venir, sin ataduras, ajena a compromisos. Mi existencia en esta tierra pasa celosa de cada instante, de cada momento vital. Ayudo a la gente que me necesita; recibo amor a cambio.

Algún día, no sé cuándo, ya no me acordaré de nada.


Y como Rebeca, a lo mejor pierdo el dominio de mí misma ante Hermann y volveré a comer tierra y cal de las paredes, hasta que se me forme un callo en el pulgar, de tanto y tanto chupar de ansiedad.

X - ODISEA


Se cuenta que la ninfa Calipso, cautivada
Por amor a un mortal,
Retuvo al héroe, que a ello se negaba.

(Amores, Ovidio)

Durante los últimos siete años he podido recorrer el mundo. Con mi cámara al hombro, una mochila y mi entereza, he llegado a lugares inimaginables; he visto cosas sorprendentes; he conocido personas, modos de vida insólitos para mí. Y, además, he sido feliz.

He estado en Durban y, desde allí he recorrido, a pie unas veces, navegando otras, gran parte de la costa sureste africana hasta el Cabo Tormentoso: Illovo Beach, la Reserva Natural de Mkambati, Port Elizabeth, el maravilloso cabo de las Agujas, la Bahía Walter y la Bahía False, hasta Cape Point. Presencié la bravía embestida de las aguas del Índico en Catedral Rock: parecía el fin del mundo. Traté de asimilar todo lo que veía; me era imposible; sería como poder descifrar, nota a nota, una melodía frenética de jazz. Llegué a ver tiburones blancos, delfines mulares que acorralaban bancos enormes de sardinas, de millones de sardinas, envolviéndolas primero; engulléndolas por miles después, hasta dejar expedito el mar.

También he estado en Fujinomiya, cerca del monte Fuji, en Japón, donde se celebra la fiesta del Gojinka y los hombres portan un altar llameante para venerar al volcán. Desde la Bahía Suruga, a veinticuatro kilómetros del monte, la contemplación del imponente macizo es extraordinaria, majestuosa. Los sintoístas consideran que las maravillas naturales, como el Fuji, son morada divina y merecen veneración; pero no se confunden, no consideran la veneración como la adoración a una deidad; en eso nos sobrepasan a nosotros, herederos de una paganía indoeuropea desde los siglos homéricos. Para los japoneses, el Fuji-Yama es un orgullo. Para nosotros, todo lo que queda de esa paganía griega es el Vaticano y lo que ello representa: una mezcla retorcida entre las creencias caldeas del bien y del mal y las absolutistas posturas hebraicas de los tiempos decadentes de la incipiente Roma Imperial, ya desde su nacimiento corrompida. El poeta Shinpei Kusano dice: “Me gustaría oír al Fuji pronunciar una palabra… en el idioma de los hombres”. Eso, nosotros, a diferencia de los sintoístas japoneses, sí lo tenemos: el Vaticano habla; y lo hace en el idioma de los hombres, desde hace dos mil años; y no ha dejado de hacerlo durante todo ese tiempo, adaptándose en cada momento al unísono tono que el hombre quiere oír. En tiempos del gran Inocencio III, la guerra contra el Islam, por intereses descaradamente económicos, era bendecida desde el Vaticano. En nuestro siglo, la guerra contra el Islam, también por intereses descaradamente económicos y otros menos confesables, es rechazada y condenada por el Vaticano, ese mismo objeto de veneración que lo fue en el siglo XI. Según sople el viento, así nuestro Fuji habla.

En otra ocasión y lugar observé, pasmada, el vuelo majestuoso de las águilas calvas de Alaska, desde Homer Spit, hasta los montes Kenai. Estos animales de casi dos metros de envergadura, dominan los cielos de esa parte del mundo; son predadoras, arrogantes y peleonas: son libres y orgullosas, como mi ser.

Me he bañado en Praia do Forte, en Salvador, capital de Bahía, sorteando piedras y ostiones cortantes, dejando pasar sin perturbarlas, las tortugas marinas que vivaquean allí. Mi cuerpo se sacudió la plomiza costra de lógica que arrastraba desde la gran ciudad, desde el gran centro económico y mercantil de donde venía. Quedé asombrada con la contemplación de la capilla de Nuestra Señora de Guadalupe (siglo XVIII), en medio de una inmensa plantación de azúcar, cerca de Cachoeira. Mis ensoñaciones quedaron raquíticas al contemplar el Morro de Sao Paulo, la bulliciosa Itaparica, la frenética Candelas, y la abigarrada población trajinante de Sao Sebastiao do Passé y Cachoeira, todas en el Recôncavo, cuna de la moderna civilización brasileña y emporio de la mayor riqueza concentrada en pocas manos; todavía negros, muchos negros, descendientes de los tres millones que allí llegaron como esclavos entre los siglos XVII y XIX, seis veces más que en los utilitaristas EEUU de comienzos del XIX, a pesar de la historia, de la guerra fratricida y del recuerdo, que al final no es más que política e intereses manipulados con extraordinaria habilidad. Riqueza, sí; y pobreza para dar y tomar.

Por eso no es de extrañar en ese lugar de la Tierra la proliferación de acordes beneficios posibles en la otra vida; de la retahíla de espiritualidades que allí prosperan desde que los esclavos azotados en la picota de Pelourihno no veían el sol más que en los lomos de sus ensangrentadas espaldas, traídos como bestias desde el corazón de África, con sus cuerpos tan sólo, lacerados, anillados como bueyes, mas con sus creencias en el corazón y la nostalgia en la piel, que, ahora, en el Brasil de Zweig y en las novelas de Jorge Amado se materializan en santos y truhanes, en el candomblé y los muertos que se zambullen en la vorágine del baile como espíritus trasnochados.

Y todo a ritmo de samba, en la Noite Beleza Negra con los Ilê Aiyê. Analfabetismo, miseria y música. Corrupción política y terratenientes estancieros. Racismo, sí, racismo feroz por matices de color en una parte del mundo donde el 80% de la población es negra.

Yo, mujer casi adolescente, pasé por allí y estuve en la Isla de Tinharé la noche de Fin de Año, ataviada con ropa blanca, la ropa del candomblé, ofrendando a Yemanjá frutos exóticos con la esperanza puesta en el futuro, ante el mar rumoroso que trajo la miseria acá y que en mi soledad pedí me llevase a la salvación algún día; a pesar de estas gentes que sufren y pasan por este lugar del mundo sin que nadie les explique por qué ni cómo están allí y de ese modo.

Pero el viaje más sorprendente y aleccionador de los muchos que hice fue a China; la China comunista de Mao, de Lao Tse, de Confucio y de Tao; del Yin y de los perros asados, del mijo reconfortante en la tripa de lo niños pequeños y del Tai Shi madrugador, cada día, en cada habitante, en cada inocencia que quiere encontrarse consigo misma. Mi recorrido fue variopinto y participé en todo aquel acontecimiento que ellos, un pueblo acogedor, tuvieron a bien concederme.

En Laoying hay viviendas adosadas a la Gran Muralla China que vi por fuera y por dentro, acogedoras; casas que tienen paredes de seis metros de grosor, donde los habitantes son felices y a la vez mantienen la cercanía a los campos donde cultivan su grano.

Los funerales en China duran varios días. Siempre hay alguien que sonríe. Se monta todo un festejo y se contratan actores que llevan a cabo representaciones a las que los chinos son tan aficionados. Los funerales son ocasión para celebrar transacciones comerciales de todo tipo: selección de un cónyuge, elección de la sepultura, construcción de vivienda, curación de raras enfermedades, localización de explotaciones mineras, remolque de camiones, etc. Todo esto se hace en plena realización del “feng shui” considerado por las autoridades comunistas como una superstición decadente, pero permisiva. Existe la creencia de que los muertos que se entierran en las proximidades de la Gran Muralla tendrán descendientes ricos que accederán a relevantes posiciones civiles, militares o políticas.

Desde Simatai, próxima a la desembocadura del Yalu que hace frontera con la vecina Corea del Norte, hasta Jiayuguan, en la cara septentrional de los Montes Negros, discurre la muralla de los Ming (1368-1644). Badaling, Juyongguam, Beijing (Pekín), Ninglu, Youyu, Xinrong, Pinglu, Laoying, Yinchuan, Wuwei, grandes ciudades imperiales, quedaban protegidas de los invasores del norte por esa arteria monumental.

Sin embargo, esta muralla de los Ming no es la más antigua de China; ni tampoco tenía el cometido de otras anteriores aunque por la inercia de la costumbre, su construcción obedeciera a la misma inquietud; se trataba de una defensa frente a los pueblos nórdicos, los mongoles, que si todavía tenían una relativa fuerza en el período de la construcción, no era ni con mucho el potencial devastador y letal que en siglos anteriores habían poseído.

Hay otros restos mucho más antiguos que llegan a superponerse en algunos tramos del trazado. Desde Pyongyang, en Corea del Norte, y hasta la Puerta de Jade, por donde se decía adiós a la Ruta de la Seda, más al norte que la muralla de los Ming, discurren trozos antiquísimos: de los primitivos combatientes del siglo V a.C., de la Dinastía Qin del siglo III a.C., de los Han que reinaron hasta el siglo III de nuestra Era.

Al norte de Baotou, Datong y Pekín, existen otros restos que datan del siglo IV, de la dinastía Wei y de otras dinastías posteriores.

Así pude constatar que no existe una Gran Muralla China sino varias; y que no todas siguen una misma línea. Incluso alguna de esas murallas se desvía del perímetro más o menos definido del corazón del Imperio –Pekín y Datong-, sino que se adentra, como una lanza, en el interior de Mongolia que hace pensar en la expansión imperialista de la colonización china hacia el norte, atravesando sin paliativos el borde más oriental del desierto de Gobi.

Torres vigía y tramos de muralla que se prolongan decenas de kilómetros y pueblos encerrados en fortalezas de altos muros. La Gran Muralla sirvió, por lo que se ve, de correa de transmisión para el progreso.

Hoy, la Gran Muralla se ha convertido en una inmensa fuente de ingresos, siguiendo la famosa proclama de Deng Xiaoping que se aplicó con acierto en este caso: “Amemos a China, restauremos la Gran Muralla”.

La Gran Muralla relata una epopeya natural que surca el paisaje y la historia de China.


En Subei me detuvieron. Subei está prohibida a los extranjeros. Me hicieron rellenar un formulario y me impusieron una sanción equivalente a 12 € que pagué en la estafeta de correos más próxima. Allí, los guardias no cobran las multas; temen la sospecha de cohecho y corrupción.

IX - NO TODO SE HA DE CALLAR NI TODO SE HA DE HABLAR


¿Y qué voy a contar de las promesas
piadosas que asustada hizo por ti
mi amada, unas promesas que arrastró
el proceloso Noto por el mar?

(Amores, Ovidio)

Fueron días placenteros, de esos que en las montañas cántabras transcurren apacibles; sin severos vientos, sin lluvias pertinaces, sin aromas primaverales que portan, irremediables, los pólenes dañinos por muy resistente que se sea a ellos; y provocan ansiedades que conturban el espíritu.

El verano pasó pronto; y, casi sin darse cuenta, Lara estaba otra vez en Madrid, alojada en un piso de alquiler que compartía con dos chicas que había conocido en los primeros días que estuvo en la capital para comenzar sus estudios en la Escuela de Ingenieros.

De estas dos chicas, una se llamaba Isabel y no pasó de ser una excelente compañera de habitación; la otra, que respondía por Kate, iba a representar un papel importante en la vida de Lara Rolán.

Kate era hija de padre español y madre inglesa. No estudiaba Agrónomos, como Isabel y Lara, sino Arquitectura. Isabel y Kate habían expuesto en farolas de la calle y tablones de anuncio de todas las facultades y escuelas de la Ciudad Universitaria, un reclamo buscando una compañera para compartir piso. Lara anotó el número de teléfono de contacto y así fue como llegaron a entablar la relación que, de momento, solucionaba el problema del alojamiento en la ciudad; esa inmediatez de alojamiento se convirtió en total solución para los años venideros. La relación se mantuvo a lo largo de toda la carrera, unos seis años; y, además, en el caso de Kate prosiguió después, ya que Lara y Kate alcanzaron una gran afinidad que las mantuvo unidas en la amistad durante muchos años.

A lo largo de aquellos seis años Lara apencó con voluntad para ir sacando, año tras año, todos los cursos de la carrera; su expediente académico, sin ser extraordinario, sí podría pasar por notable. No suspendió asignaturas jamás, aunque sí debió organizarse con habilidad para repartir, entre las dos convocatorias oficiales, la de junio y la de septiembre, la carga de exámenes que le conseguirían los pases sin rémoras para el próximo curso.

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Anoche fui a la zona de Chamberí, en Santísima Trinidad y participé en un coloquio acerca de la Biblia, dirigido por un rabino de la Comunidad Judía de Madrid. ¡Uf, qué comida de coco!
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Mis ensoñaciones me han llevado a despistarme en los estudios este trimestre. Nunca debí dejarme llevar por la holgazanería de esos “progres” que fuman porros y consideran benefactor el alardear de innovadores. ¡Innovadores! ¿De qué?

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Mis esfuerzos con el inglés me han permitido conocer, por primera vez, la maravillosa obra del más genial dramaturgo de todos los tiempos: To be or not to be, there am the question there! I have seen thee in her, and I do adore thee! I’ll kiss thy foot. I’ll swear myself thy subject!

¡Cuánta imaginación derrochada!

Lejos de precipitarme en la vorágine del teatro, me he planteado una estrategia que pasa por incorporar para mi acervo cultural algunas sugerentes veleidades de los más clásicos autores de nuestra cultura occidental.

En otras palabras, me he propuesto confeccionar un canon; mi canon particular que me haga digerir tras el goce de la lectura la verdadera naturaleza del placer de leer y al tiempo, adquirir un soporte estético imprescindible. Dicho programa recorrerá las vías por donde transcurren las obras de la antigua Grecia, pasando por Roma y la imprescindible Edad Media europea , árabe y de otras lenguas;  después habrá que saborear la picardía hecha arte, de un salto, con El Lazarillo y la incuestionable Celestina; confundirse en Cervantes y mamar sus reflexiones en el contrapunto dialéctico materialista de Sancho y la esquizofrenia doctrinal y lógica de su señor don Quijote; habrá que dar algún paseo por Calderón y Lope y no olvidar a Moliere ni a Marlowe ni al arriscado Ben Jonson para conocer la perversidad: Segismundo, el avaro y sobre todo la figura del personaje Barrabás, que llega a proclamar: “Acostumbro a rondar al caer la noche: si no mato a un enfermo lacerado, inficiono los pozos con veneno” (El judío de Malta); para terminar, absolutamente inmersa en Shakespeare, que es la vida misma, que también tiene su Aarón y sus figuras fuera de la norma: judíos, moros y dislocados. Todos dispuestos a cometer más males, conscientes de sus actos y por propia iniciativa:

Aún ahora maldigo cada día (aunque entiendo
Que van a ser muy pocos los días afectados)
En que no haya causado algún daño conspicuo,
Como matar a un hombre o planear su muerte;
Violar a una doncella, o tramar cómo hacerlo:
Acusar a inocentes cometiendo perjurio;

(Tito Andrónico)

Sweet love, renew thy force, be it not said,
Thy edge should blunter be than appetite,
Which but to-day by feeding is allay’d,
To-morrow sharpen’d in his former might:

So, love, be thou; ...[1]

A partir de Shakespeare, concentrar todo en torno a él y arribar a las deliciosas costas borgianas, al inconmensurable mundo de James, a las pastorizas ciénagas de García Márquez; dejarse sofocar por el resplandor social de Tolstoi y seguir las freudianas andanzas de Ibsen en su Peer Gynt, amoral, loco, soberbio y nada:

¿No es verdad? ¡Mira! ¡Salto como
un cabritilllo! Si hubiera pámpanos por
estos contornos, me haría una corona.
¡Ya lo creo que soy joven! ¡Ah! quiero
bailar

Cualquier personaje posterior o anterior a Shakespeare está contenido en cualquiera de los personajes indómitos y poderosos que andan por entre las obras del bardo.

Así, mi canon ideal comprendería lo siguiente.

Del mundo antiguo, Gilgamesh, la Biblia y el Ramayana.

De los antiguos griegos, Homero (Ilíada y Odisea), Hesíodo (Los trabajos y los días); las Odas de Píndaro; y de Esquilo La Orestiada, Los Siete contra Tebas, Prometeo encadenado, Los Persas y Las suplicantes [¡Dios, cuántos dolores penetran en mi pecho!]; Sófocles (Edipo Rey, Edipo en Colono, Antígona, Electra, Áyax, Las Traquinias y Filoctetes); Eurípides (El cíclope, Hércules, Alcestis, Hécuba, Las bacantes, Orestes, Andrómana, Medea, Ión, Hipólito, Helena e Ifigenia en Aulis); de Aristófanes, Los pájaros, Las nubes, Las ranas, Lisístrata, Los caballeros, Las avispas y Las asambleístas; Herodoto y sus Nueve libros de la Historia, Tucídides y sus persas; Platón y sus Diálogos sobre todo El banquete, y La poética y la Ética de Aristóteles.

De la época helenística, Menandro (La muchacha de Samos); Longinos (De lo sublime); Calímaco (Himnos y epigramas); Teócrito (Idilios); Plutarco y sus Vidas paralelas, las Fábulas de Esopo y las Sátiras de Luciano. El Evangelio de San Marcos.

De los romanos, dejarse arrastrar por entre los rápidos que conducen las animosas obras de Plauto [Animus defit. Mi alma huye por mis ojos.] (Pseudolus, Miles gloriosus, Rudens y Amphitruo); y atravesar los arroyos por donde serpentean las comedias de Terencio [Oratio haec me miseram exanimavit metu!] (Andria, El eunuco y La suegra); Lucrecio, Cicerón (La naturaleza de los dioses); Horacio, Catulo (Poemas); el gran Virgilio con su inconmensurable Eneida que por sí sola abarca una y otra vez la vida, el tiempo y la esperanza de todo ser humano, basado en el honor y la fortaleza del hombre frente a la brutalidad y la sinrazón, a la envidia y la maldad; la Farsalia de Luciano, las Metamorfosis de Ovidio y su Arte de amar sin olvidar las humanísimas Heroidas; las Sátiras de Juvenal, los Epigramas de Marcial, las tragedias de Séneca, el Satiricón de Petronio y El asno de oro de Apuleyo.

De la Edad Media latina, árabe y otras lenguas vernáculas, me quedaría con La ciudad de Dios y Las confesiones de San Agustín; y sobre todo con El Corán, lectura fundamental y absolutamente desconocida para los occidentales; Las mil y una noches; La Edda en prosa de Snorri Sturluson; Los nibelungos; Parsifal de Wólfram von Eschenbach y El caballero del león de Chrétien de Troyes; el Poema de Mío Cid y la Cárcel de amor de Diego de San Pedro.

Del Renacimiento, incluido sus albores, estas serían las obras y los autores que completarían mi canon.

Dante (Divina comedia); Petrarca (Poemas líricos); Bocaccio (Decamerón); Maquiavelo (El príncipe y La mandrágora); Torcuato Tasso (La Jerusalén liberada); Camôes (Los Lusíadas); Manrique (Coplas a la muerte de su padre); Fernando de Rojas (La Celestina); Quevedo (Los sueños y El Buscón); los poemas de San Juan de la Cruz y los más bellos de Sor Juana Inés de la Cruz; los Sonetos y Las Soledades de Góngora; el Quijote de Cervantes. De Lope (La Dorotea, Fuenteovejuna y El caballero de Olmedo); de Tirso (El burlador de Sevilla); de Calderón (La vida es sueño, El alcalde de Zalamea y El médico de su honra). El Lazarillo de Tormes, de autor anónimo y el Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán.

De Inglaterra y Escocia me quedo con Chaucer (Cuentos de Canterbury y Troilo y Criseida); Tomás Moro y su Utopía; Sir Walter Raleigh y sus Poemas; Christopher Marlowe, sus Poemas y su obra lírica. Ben Jonson su teatro y sus mascaradas; Hobbes y su impresionante Leviatán; John Ford (Lástima que sea una puta); John Milton (El paraíso perdido, Lycidas, Comus y los poemas menores, así como Areopagitica); Samuel Butler (Hudibras); Jonathan Swift (El cuento de una barrica, Los viajes de Gulliver); Alexander Pope (Poemas); Gibbon (Historia de la decadencia y ruina del Imperio Romano); Maurice Morgann (Ensayo sobre el personaje dramático de Sir John Falstaff); Daniel Defoe (Moll Flanders, Robinsón Crusoe, Diario del año de la peste).

De Francia incluyo a Montaigne (Ensayos); Rabelais (Gargantúa y Pantagruel); Corneille (El Cid, Nicomedes, Horacio, Cinna y Rodoguna); La Fontaine (Fábulas); Moliere (El misántropo, Tartufo, Las mujeres sabias, Don Juan, La escuela de los maridos, Las preciosas ridículas, El avaro y El enfermo imaginario); Rousseau (Las confesiones, Emilio y La nueva Eloisa); Voltaire (Zadig, Cándido, Cartas sobre Inglaterra); Abate Prevost (Manon Lescaut); La Fayette (La princesa de Clèves); Diderot (El sobrino de Rameau).

De Alemania, Erasmo (Elogio de la locura); Goethe (Fausto, Egmont, Las afinidades selectivas, Viaje a Italia); Schiller (Los bandidos, María Estuardo, Wallenstein, Don Carlos); Lessing (Laocoonte, Nathan el sabio); Heinrich von Kleist (Relatos).

A partir de aquí, el canon se me complica. Es el momento de la ruptura violenta de la sociedad por el descabezamiento de las monarquías antiguas y la selectiva poda de todo lo que representaban; las herederas de la Edad Media; se produce el triunfo de la burguesía frente a la nobleza; y bajo la proclama de la libertad, la igualdad y la fraternidad, la plebe pica, una vez más; y atontada, eso sí, dejándola cometer algún que otro desmán, ayuda y coopera con los burgueses para la implantación del credo nuevo, que no es otro que uno idéntico al anterior, pero con otro ropaje: cambiase la empolvada peluca por el romántico atuendo de levitas y bombines; se quita al rey por la gracia de Dios y se pone a otro rey por la gracia de Dios y de los hombres, también, más la aceptación de los notables que representan a la plebe (la plebe sigue sin tener voz ni voto). Hay tal profusión de autores y obras, como no podía ser de otra manera, que me es difícil decidir cuál de esas pasaría por la canonización. Bajo las nuevas proclamas revolucionarias los escritores tratan de manifestar sus sentimientos e ideas. El aspecto social comienza a cobrar una importancia hasta entonces desconocida. Trataré de seleccionar lo mejor que he releído aun a riesgo de confundirme a mí misma.

Me quedo con Manzoni (Los novios); Bécquer (Rimas); Pérez Galdós (Fortunata y Jacinta y Los episodios nacionales); Leopoldo Alas (La Regenta y todos sus cuentos); Eça de Queirós (Los mayas).

Chateaubriand (Atala y René); Víctor Hugo (Los miserables, Nuestra Señora de París, William Shakespeare, El fin de Satán y Dios); Balzac (La piel de zapa, Papá Goriot, La prima Bette, Eugenia Grandet, Ursule Mirouet); Stendhal (Del amor, Rojo y negro y La Cartuja de Parma); Flaubert (Madame Bovary, Salambó, La educación sentimental); Paul Verlaine (Antología poética); Rimbaud, Guy de Maupassant, Zola (Germinal, La taberna, Nana); Ibsen (Brand, Peer Gynt, Hedda Gabler, Cuando nosotros los muertos despertemos); James Boswell (Vida de Jonson y Diarios); William Blake y Sir Walter Scott; Jane Austen (Orgullo y prejuicio, Emma, Mansfield Park, Persuasión); Coleridge; Lord Byron; Thomas De Quincey; John Keats; Charles Dickens (Los papeles póstumos del Club Pickwick, Oliver Twist, Historia de dos ciudades, Tiempos difíciles, Nicholas Nickleby, Grandes esperanzas, Cuento de Navidad, La pequeña Dorrit, El misterio de Edwin Drood); Carlyle; Ruskin; Edward FitzGerald (Las rubayatas de Omar Kheyam); John Stuart Mill (Sobre la libertad); Lewis Carroll (Alicia en el país de las maravillas); Charlotte Brontë (Jane Eyre); Emily Brontë (Cumbres borrascosas); William Makepeace Thackeray (La feria de las vanidades); Chesterton, Wilkie Collins, Oscar Wilde, George Eliot, Robert Louis Stevenson, Novalis, los hermanos Grimm, Heinrich Heine, Nietzsche (Más allá del bien y del mal, La genealogía de la moral, La voluntad de poder).

Los rusos, que tienen una enorme influencia en la literatura posterior americana, conforman un paquete grande; selecciono media docena, creo que lo más representativo e importante.

Alexander Pushkin, Nicolás Gogol, Iván Turguéniev, Fiodor Dostoievski (Crimen y castigo, El idiota, Los hermanos Karamazov), Tolstoi (Guerra y paz, Ana Karenina, Una confesión) y Chéjov (Cuentos).

De los americanos también hay que comenzar a contar con ellos. Al igual que con los rusos, haré una selección que dudo sea lo más canónico, pero que en mis lecturas me han dejado huella indeleble. Washington Irving, Fenimore Cooper, Emily Dickinson, Walt Whitman, Herman Melville, Edgar Allan Poe, Frederick Douglass, Henry James (Retrato de una dama, Las bostonianas, La edad del pavo, Los embajadores, La copa dorada), Mark Twain (Las aventuras de Huckleberry Finn), Frank Norris (El pulpo).

Este sería un esbozo de canon clásico. A partir de aquí, la actualidad de los siglos XX y XXI se transforma en un caos impresionante. Para mí, creo que no existe un canon verdadero todavía en este período, pues ninguno de los libros y escritores que podrían acceder al mismo, tienen la potencia que otros ya citados han poseído. Trataré de seleccionar meticulosamente.

De Italia: Luigi Pirandello (Cinco obras de teatro), D’Annunzio (Maia: Elogio de la vida), Giuseppe Tomasi de Lampedusa (El gatopardo), los poemas de Pasolini y de Cesare Pavese, y Las ciudades invisibles y Tiempo cero de Italo Calvino.

De España: Unamuno (Vida de don Quijote y Sancho); Antonio Machado (Campos de Castilla); Juan Ramón Jiménez (Platero y yo, La soledad sonora y Piedra y cielo); Valle Inclán (Tirano Banderas, Sonata de Otoño y Luces de Bohemia); Salinas, Guillén, Aleixandre, Lorca, Alberti y Cernuda (Ocnos); Miguel Hernández (Perito en lunas y El rayo que no cesa); Cela (La colmena); Delibes (Las ratas y El camino).

De Portugal: Fernando Pessoa (Libro del desasosiego) y Cardoso Pires (Balada de la playa de los perros).

De Francia: Marcel Proust (En busca del tiempo perdido); Paul Valery (Teoría poética y estética); Jean Paul Sartre (A puerta cerrada, La náusea y Las palabras); Camus (La peste, El extranjero y El mito de Sísifo); André Malraux (La condición humana); François Mauriac (Thérèse Desqueyroux, La mujer de los fariseos).

Gran Bretaña e Irlanda: G. Bernard Shaw (Pigmalión); Rudyard Kipling (Kim, Puck, de la colina de Pool, Relatos); Joseph Conrard (Lord Jim, Nostromo, Victoria, Bajo la mirada de occidente, El corazón de las tinieblas); Robert Graves, Somerset Maugham (La luna y seis peniques); Virginia Wolf (Mrs. Dalloway, Las olas, Entre actos); James Joice (Dublineses, Ulises); Aldous Huxley (Un mundo feliz); Lawrence Durrell (El cuarteto de Alejandría); Paul Muldoon (Antología poética); George Orwell (1984).

De Alemania: Rainer María Rilke (Sonetos a Orfeo); Kafka (América, Relatos completos); Bertolt Brecht (Galileo, Madre coraje y sus hijos); Thomas Mann (La montaña mágica); Hermann Hesse (El lobo estepario; El juego de los abalorios); Günter Grass (El tambor de hojalata, El rodaballo).

De Rusia: Boris Pasternak (El doctor Zhivago)

De Dinamarca: Isak Dinesen (Siete cuentos góticos y Cuentos de invierno).

De Grecia: Cavafis (Poesía completa).

De Hispanoamérica: Rubén Darío, Borges, Alejo Carpentier, Pablo Neruda, César Vallejo, José Donoso, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa.

De Estados Unidos: Gertrude Stein (Tres vidas, Ser americanos); Sinclair Lewis (Babbit); T.S. Elliot (Teatro, poesía y ensayos); F. Scott Fitzgerald (El gran Gatsby): William Faulkner (Santuario, Luz de agosto y Relatos completos); Ernest Hemingway (Adiós a las armas, Fiesta, El jardín del Edén); John Steinbeck (Las uvas de la ira); Paul Bowles (El cielo protector); Truman Capote (A sangre fría); Vladimir Nabokov (Lolita); Gore Vidal (Lincoln); Tennessee Williams (Un tranvía llamado deseo, Verano y humo); Tony Kushner (Ángeles en América).

De entre todos los citados y aquellos que aquí no están, a mi entender, el centro de gravedad es Shakespeare; y los vértices Dante, Virgilio, Cervantes y Homero.

Homero escribió de rodillas, adorando a sus héroes. De pie lo hizo Shakespeare, poniendo a los hombres y sus problemas ante él y resolviendo sus percances como pudo. En el aire escribió Cervantes idealizando a sus personajes hasta elevarlos por los aires. Y en éxtasis escribieron Virgilio y el Dante, extrayendo de los infiernos el ser del hombre y las miserias que le acompañan.

Dante es la herejía, llevada a cuestas con Beatriz; la desconfianza del hombre ante la incertidumbre de la vida y la ignorancia del más allá. Cervantes reproduce la ironía del ser humano y con audaz maestría nos hace a todos idénticos en la fealdad y en los vicios, en la riqueza y en la miseria, en la belleza y en la decrepitud. Homero representa la epopeya épica, el honor y la orfandad del hombre frente a los dioses todopoderosos, frente al mismo hombre y frente a los cataclismos del planeta; es la aceptación de la pequeñez ante un Olimpo desdeñoso y caprichoso que lo mismo aúpa al ser humano hasta el triunfo que lo hunde en el infierno. Y Virgilio plasma la sabiduría, la perfecta conjunción entre idea y logos, es la armonía hecha hemistiquio, al conducir acertadamente al peregrino por los infernales círculos dantescos.

Shakespeare, con sus nueve comedias, sus siete historias y sus diez tragedias, más el resto de obras hasta completar treinta y cinco, realiza un retrato de todos los tipos posibles humanos. Shakespeare es el escritor más vitalista de toda la literatura universal, el que mejor ha sabido acertar en la representación de la naturaleza, hasta el punto de poder afirmar que él, Shakespeare, nos ha creado en nuestros desgarros y alegrías, ha inventado la personalidad del hombre; o que nos advierte de lo que nos va a pasar. En Shakespeare estamos todos representados y hasta los personajes se representan a sí mismos, cada vez que actúan. Por eso Shakespeare es entendido en todas partes; por el mismo motivo su discurso no cansa sino todo lo contrario y cada vez que lo tenemos delante no precisamos pensar: Shakespeare y sus personajes piensan por nosotros.

Cuento de invierno, posiblemente la más original de las obras de Shakespeare, arrastra una carga psicológica extraordinaria, la del personaje Leontes, un Otelo que es a su vez su propio Yago.

Is this nothing?
Why then the world and all that’s in’t, is nothing,
The covering sky is nothing, Bohemia nothing,
My wife is nothing, nor nothing have these nothing,
If this be nothing.[2]

Tremendo desgarro del alma el de este Leontes que supera en su locura a Yago y a Edmundo y en la enfermedad de los celos al propio Otelo. Es misógino y a la vez nihilista, un peligroso cóctel que desemboca en tiranía:

Hermione is chaste; Polixenes blameless;
Camillo a true subject; Leontes a jealous tyrant; his innocent
Babe truly begotten; and the king shall live
Without an heir, if that which is lost be not found.[3]

Los celos sexuales y el nihilismo metafísico no son suficiente causa que explique la locura y tiranía de Leontes. Causa y efecto son ficciones, dice Nietzsche. Pero Shakespeare va más allá, y antes, que Nietzsche; y plantea la posibilidad como fruto de la nada; es decir, no como efecto sino como realidad irracional, pero cierta: donde no hay nada, todo es posible. El canto a las nadas del peligroso Leontes así lo pone de manifiesto.

Al final todo termina en nada, felizmente. Y así, de ese modo, como mejor cupiera a Freud, Cuento de invierno es una sesión de psiquiatría llevada a cabo dos siglos antes de su tiempo.

Y es tan cierto que al final de la obra, nadie pierde.

Y Leontes, asombrado, dice: si esto es magia, que sea un arte tan lícito como el comer.[4]
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¡Cuánto me gusta oír las rumiantes canciones de La Oreja de Van Goth! Fantasy, See Ya, Eternal Flame, It’s OK. Todo el cuerpo se adereza; mis soluciones mágicas se tornan evanescentes con esta música. Me olvido de todo, me dejo llevar. Suspiro y el alma se tranquiliza. El sofoco que a veces me produce el ajetreo de la vida desaparece.

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Y, mientras tanto, seguiré con mis aventuras fotográficas, con mis continuos viajes por el mundo, visitando países donde la vida se toca con las manos. Seré una adolescente precoz en un mundo pertinaz, extraordinariamente cálido; en un mundo repleto de maldades y de belleza que pugna por la sangre que corre entre las venas; mi corazón no defraudará a la ilusión que me hace sentir cada día más completa, más mujer, más intensa si se puede definir así la fuerza que me lleva hacia lo desconocido. A descubrir por mí misma el error del alma que está prisionera desde mis primeros escarceos culturales. La religión que me inculcaron ha dejado sitio al ser humano, antes que a las cruentas estampas de una pasión incomprendida y que no me dice nada. No creo que el ser humano esté hecho de bondad ni de maldad: son las circunstancias las que a cada uno nos convierte en seres apreciados o en personas odiadas por los demás; y siempre envidiados, a pesar de las buenas intenciones, de las palabras avenidas y de los susurros equívocos.

Desde que acabé los estudios no he parado de recorrer el mundo. No he olvidado la necesidad de trabajar en algo que me completase el sustento que preciso para vivir; pero nunca he adorado las comodidades de la vida moderna. Soy capaz de soportar los mayores sufrimientos si con ello consigo lo que pretendo: la verdadera libertad de acción, la independencia de todas las oportunidades versátiles y huidizas que la vida me ofrece. Y apartarme de la efímera tranquilidad de una existencia correcta conforme a los parámetros establecidos por la sociedad.

¡Cantabria queda ya muy lejos!



[1] Restablece tu fuerza, dulce amor; no se diga/que tu filo se mella antes que el apetito,/el cual, aunque se alivie hoy con el alimento,/mañana está afilado con su anterior poder;/amor, sé como él;…
[2] ¿Es nada esto?/Pues entonces el mundo y cuanto hay en él es nada,/el cielo que nos cubre es nada, Bohemia nada,/mi esposa es nada ni hay nada en todas estas nadas,/si esto es nada. (Cuento de invierno – el nihilismo de Leontes)
[3] Hermione es casta; Políxenes irreprochable;/Camilo un súbdito leal; Leontes un tirano celoso; su inocente/niño lealmente engendrado; y el reino tendrá que vivir sin un/heredero, si el que se ha perdido no es encontrado (III.ii.132-36)
[4] If this be magic, let it be an art/Lawful as eating.