¿Y
qué voy a contar de las promesas
piadosas
que asustada hizo por ti
mi
amada, unas promesas que arrastró
el
proceloso Noto por el mar?
(Amores, Ovidio)
Fueron días
placenteros, de esos que en las montañas cántabras transcurren apacibles; sin
severos vientos, sin lluvias pertinaces, sin aromas primaverales que portan,
irremediables, los pólenes dañinos por muy resistente que se sea a ellos; y
provocan ansiedades que conturban el espíritu.
El verano pasó
pronto; y, casi sin darse cuenta, Lara estaba otra vez en Madrid, alojada en un
piso de alquiler que compartía con dos chicas que había conocido en los
primeros días que estuvo en la capital para comenzar sus estudios en la Escuela
de Ingenieros.
De estas dos
chicas, una se llamaba Isabel y no pasó de ser una excelente compañera de
habitación; la otra, que respondía por Kate, iba a representar un papel
importante en la vida de Lara Rolán.
Kate era hija de
padre español y madre inglesa. No estudiaba Agrónomos, como Isabel y Lara, sino
Arquitectura. Isabel y Kate habían expuesto en farolas de la calle y tablones
de anuncio de todas las facultades y escuelas de la Ciudad Universitaria, un
reclamo buscando una compañera para compartir piso. Lara anotó el número de
teléfono de contacto y así fue como llegaron a entablar la relación que, de
momento, solucionaba el problema del alojamiento en la ciudad; esa inmediatez de
alojamiento se convirtió en total solución para los años venideros. La relación
se mantuvo a lo largo de toda la carrera, unos seis años; y, además, en el caso
de Kate prosiguió después, ya que Lara y Kate alcanzaron una gran afinidad que
las mantuvo unidas en la amistad durante muchos años.
A lo largo de
aquellos seis años Lara apencó con voluntad para ir sacando, año tras año,
todos los cursos de la carrera; su expediente académico, sin ser
extraordinario, sí podría pasar por notable. No suspendió asignaturas jamás,
aunque sí debió organizarse con habilidad para repartir, entre las dos
convocatorias oficiales, la de junio y la de septiembre, la carga de exámenes
que le conseguirían los pases sin rémoras para el próximo curso.
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Anoche fui a la
zona de Chamberí, en Santísima Trinidad y participé en un coloquio acerca de la
Biblia, dirigido por un rabino de la Comunidad Judía de Madrid. ¡Uf, qué comida
de coco!
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Mis ensoñaciones
me han llevado a despistarme en los estudios este trimestre. Nunca debí dejarme
llevar por la holgazanería de esos “progres” que fuman porros y consideran
benefactor el alardear de innovadores. ¡Innovadores! ¿De qué?
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Mis esfuerzos con
el inglés me han permitido conocer, por primera vez, la maravillosa obra del más
genial dramaturgo de todos los tiempos: To be or not to be, there am the question
there! I have seen thee in her, and I do adore thee! I’ll
kiss thy foot. I’ll swear myself thy subject!
¡Cuánta imaginación
derrochada!
Lejos de precipitarme en la vorágine del
teatro, me he planteado una estrategia que pasa por incorporar para mi acervo
cultural algunas sugerentes veleidades de los más clásicos autores de nuestra
cultura occidental.
En otras palabras, me he propuesto
confeccionar un canon; mi canon particular que me haga digerir tras el goce de
la lectura la verdadera naturaleza del placer de leer y al tiempo, adquirir un
soporte estético imprescindible. Dicho programa recorrerá las vías por donde
transcurren las obras de la antigua Grecia, pasando por Roma y la
imprescindible Edad Media europea , árabe y de otras lenguas; después habrá que saborear la picardía hecha
arte, de un salto, con El Lazarillo y la incuestionable Celestina; confundirse
en Cervantes y mamar sus reflexiones en el contrapunto dialéctico materialista
de Sancho y la esquizofrenia doctrinal y lógica de su señor don Quijote; habrá
que dar algún paseo por Calderón y Lope y no olvidar a Moliere ni a Marlowe ni
al arriscado Ben Jonson para conocer la perversidad: Segismundo, el avaro y
sobre todo la figura del personaje Barrabás, que llega a proclamar: “Acostumbro
a rondar al caer la noche: si no mato a un enfermo lacerado, inficiono los
pozos con veneno” (El judío de Malta);
para terminar, absolutamente inmersa en Shakespeare, que es la vida misma, que
también tiene su Aarón y sus figuras fuera de la norma: judíos, moros y
dislocados. Todos dispuestos a cometer más males, conscientes de sus actos y
por propia iniciativa:
Aún ahora maldigo cada día (aunque entiendo
Que van a ser muy pocos los días afectados)
En que no haya causado algún daño
conspicuo,
Como matar a un hombre o planear su muerte;
Violar a una doncella, o tramar cómo
hacerlo:
Acusar a inocentes cometiendo perjurio;
(Tito
Andrónico)
Sweet love, renew
thy force, be it not said,
Thy edge should
blunter be than appetite,
Which but to-day by
feeding is allay’d,
To-morrow sharpen’d
in his former might:
A partir de Shakespeare, concentrar todo en
torno a él y arribar a las deliciosas costas borgianas, al inconmensurable
mundo de James, a las pastorizas ciénagas de García Márquez; dejarse sofocar
por el resplandor social de Tolstoi y seguir las freudianas andanzas de Ibsen
en su Peer Gynt, amoral, loco, soberbio y nada:
¿No es verdad? ¡Mira! ¡Salto como
un cabritilllo! Si hubiera pámpanos por
estos contornos, me haría una corona.
¡Ya lo creo que soy joven! ¡Ah! quiero
bailar
Cualquier personaje
posterior o anterior a Shakespeare está contenido en cualquiera de los
personajes indómitos y poderosos que andan por entre las obras del bardo.
Así, mi canon ideal comprendería lo
siguiente.
Del mundo antiguo, Gilgamesh, la Biblia y
el Ramayana.
De los antiguos griegos, Homero (Ilíada y Odisea), Hesíodo (Los trabajos
y los días); las Odas de Píndaro;
y de Esquilo La Orestiada, Los Siete contra Tebas, Prometeo encadenado, Los
Persas y Las suplicantes [¡Dios, cuántos dolores penetran en mi pecho!];
Sófocles (Edipo Rey, Edipo en Colono,
Antígona, Electra, Áyax, Las Traquinias y Filoctetes); Eurípides (El cíclope, Hércules, Alcestis, Hécuba, Las
bacantes, Orestes, Andrómana, Medea, Ión, Hipólito, Helena e Ifigenia en Aulis);
de Aristófanes, Los pájaros, Las nubes,
Las ranas, Lisístrata, Los caballeros, Las avispas y Las asambleístas;
Herodoto y sus Nueve libros de la Historia,
Tucídides y sus persas; Platón y sus Diálogos
sobre todo El banquete, y La poética y la Ética de Aristóteles.
De la época helenística, Menandro (La muchacha de Samos); Longinos (De lo sublime); Calímaco (Himnos y epigramas); Teócrito (Idilios); Plutarco y sus Vidas paralelas, las Fábulas de Esopo y las Sátiras de Luciano. El Evangelio de San
Marcos.
De los romanos, dejarse arrastrar por entre
los rápidos que conducen las animosas obras de Plauto [Animus defit. Mi alma huye por mis ojos.] (Pseudolus, Miles gloriosus, Rudens y Amphitruo); y atravesar los
arroyos por donde serpentean las comedias de Terencio [Oratio haec me miseram exanimavit metu!] (Andria, El eunuco y La suegra); Lucrecio, Cicerón (La naturaleza de los dioses); Horacio,
Catulo (Poemas); el gran Virgilio con
su inconmensurable Eneida que por sí
sola abarca una y otra vez la vida, el tiempo y la esperanza de todo ser
humano, basado en el honor y la fortaleza del hombre frente a la brutalidad y
la sinrazón, a la envidia y la maldad; la Farsalia
de Luciano, las Metamorfosis de
Ovidio y su Arte de amar sin olvidar
las humanísimas Heroidas; las Sátiras de Juvenal, los Epigramas de Marcial, las tragedias de
Séneca, el Satiricón de Petronio y El asno de oro de Apuleyo.
De la Edad Media latina, árabe y otras
lenguas vernáculas, me quedaría con La
ciudad de Dios y Las confesiones
de San Agustín; y sobre todo con El Corán,
lectura fundamental y absolutamente desconocida para los occidentales; Las mil y una noches; La Edda en prosa de Snorri Sturluson; Los nibelungos;
Parsifal de Wólfram von Eschenbach y El caballero del león de Chrétien de
Troyes; el Poema de Mío Cid y la Cárcel de amor de Diego de San Pedro.
Del Renacimiento, incluido sus albores,
estas serían las obras y los autores que completarían mi canon.
Dante (Divina
comedia); Petrarca (Poemas líricos);
Bocaccio (Decamerón); Maquiavelo (El príncipe y La mandrágora); Torcuato
Tasso (La Jerusalén liberada); Camôes
(Los Lusíadas); Manrique (Coplas a la muerte de su padre); Fernando de Rojas (La Celestina); Quevedo (Los
sueños y El Buscón); los poemas de San Juan de la Cruz y los más bellos de
Sor Juana Inés de la Cruz; los Sonetos y
Las Soledades de Góngora; el Quijote
de Cervantes. De Lope (La Dorotea, Fuenteovejuna y El caballero de
Olmedo); de Tirso (El burlador de
Sevilla); de Calderón (La vida es sueño, El alcalde de Zalamea y
El médico de su honra). El Lazarillo
de Tormes, de autor anónimo y el
Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán.
De Inglaterra y Escocia me quedo con
Chaucer (Cuentos de Canterbury y Troilo y Criseida); Tomás Moro y su Utopía; Sir Walter Raleigh y sus Poemas; Christopher Marlowe, sus Poemas y su obra lírica. Ben Jonson su teatro y sus mascaradas;
Hobbes y su impresionante Leviatán;
John Ford (Lástima que sea una puta);
John Milton (El paraíso perdido, Lycidas,
Comus y los poemas menores, así como Areopagitica);
Samuel Butler (Hudibras); Jonathan
Swift (El cuento de una barrica, Los
viajes de Gulliver); Alexander Pope (Poemas);
Gibbon (Historia de la decadencia y ruina
del Imperio Romano); Maurice Morgann (Ensayo
sobre el personaje dramático de Sir John Falstaff); Daniel Defoe (Moll Flanders, Robinsón Crusoe, Diario del
año de la peste).
De Francia incluyo a Montaigne (Ensayos); Rabelais (Gargantúa y Pantagruel); Corneille (El Cid, Nicomedes, Horacio, Cinna y Rodoguna); La Fontaine (Fábulas); Moliere (El misántropo, Tartufo, Las mujeres sabias, Don Juan, La escuela de
los maridos, Las preciosas ridículas, El avaro y El enfermo imaginario); Rousseau (Las confesiones, Emilio y La
nueva Eloisa); Voltaire (Zadig,
Cándido, Cartas sobre Inglaterra); Abate Prevost (Manon Lescaut); La Fayette (La
princesa de Clèves); Diderot (El
sobrino de Rameau).
De Alemania, Erasmo (Elogio de la locura); Goethe (Fausto,
Egmont, Las afinidades selectivas, Viaje a Italia); Schiller (Los bandidos, María Estuardo, Wallenstein,
Don Carlos); Lessing (Laocoonte,
Nathan el sabio); Heinrich von Kleist (Relatos).
A partir de aquí, el canon se me complica.
Es el momento de la ruptura violenta de la sociedad por el descabezamiento de
las monarquías antiguas y la selectiva poda de todo lo que representaban; las
herederas de la Edad Media; se produce el triunfo de la burguesía frente a la
nobleza; y bajo la proclama de la libertad, la igualdad y la fraternidad, la
plebe pica, una vez más; y atontada, eso sí, dejándola cometer algún que otro
desmán, ayuda y coopera con los burgueses para la implantación del credo nuevo,
que no es otro que uno idéntico al anterior, pero con otro ropaje: cambiase la
empolvada peluca por el romántico atuendo de levitas y bombines; se quita al
rey por la gracia de Dios y se pone a otro rey por la gracia de Dios y de los
hombres, también, más la aceptación de los notables que representan a la plebe
(la plebe sigue sin tener voz ni voto). Hay tal profusión de autores y obras,
como no podía ser de otra manera, que me es difícil decidir cuál de esas
pasaría por la canonización. Bajo las nuevas proclamas revolucionarias los
escritores tratan de manifestar sus sentimientos e ideas. El aspecto social comienza
a cobrar una importancia hasta entonces desconocida. Trataré de seleccionar lo
mejor que he releído aun a riesgo de confundirme a mí misma.
Me quedo con Manzoni (Los novios); Bécquer (Rimas);
Pérez Galdós (Fortunata y Jacinta y Los episodios nacionales); Leopoldo Alas
(La Regenta y todos sus cuentos); Eça de Queirós (Los mayas).
Chateaubriand (Atala y René); Víctor Hugo (Los
miserables, Nuestra Señora de París, William Shakespeare, El fin de Satán y
Dios); Balzac (La piel de zapa, Papá Goriot, La prima Bette, Eugenia Grandet, Ursule
Mirouet); Stendhal (Del amor, Rojo y
negro y La Cartuja de Parma); Flaubert
(Madame Bovary, Salambó, La educación
sentimental); Paul Verlaine (Antología
poética); Rimbaud, Guy de Maupassant, Zola (Germinal, La taberna, Nana); Ibsen (Brand, Peer Gynt, Hedda Gabler, Cuando nosotros los muertos despertemos); James Boswell (Vida de Jonson
y Diarios); William Blake y Sir Walter Scott; Jane Austen (Orgullo y prejuicio, Emma, Mansfield Park,
Persuasión); Coleridge; Lord Byron; Thomas De Quincey; John Keats; Charles
Dickens (Los papeles póstumos del Club
Pickwick, Oliver Twist, Historia de dos ciudades, Tiempos difíciles, Nicholas
Nickleby, Grandes esperanzas, Cuento de Navidad, La pequeña Dorrit, El misterio
de Edwin Drood); Carlyle; Ruskin; Edward FitzGerald (Las rubayatas de Omar Kheyam); John Stuart Mill (Sobre la libertad); Lewis Carroll (Alicia en el
país de las maravillas); Charlotte Brontë (Jane Eyre); Emily Brontë (Cumbres
borrascosas); William Makepeace Thackeray (La feria de las vanidades); Chesterton, Wilkie Collins, Oscar
Wilde, George Eliot, Robert Louis Stevenson, Novalis, los hermanos Grimm,
Heinrich Heine, Nietzsche (Más allá del
bien y del mal, La genealogía de la moral, La voluntad de poder).
Los rusos, que tienen una enorme influencia
en la literatura posterior americana, conforman un paquete grande; selecciono
media docena, creo que lo más representativo e importante.
Alexander Pushkin, Nicolás Gogol, Iván
Turguéniev, Fiodor Dostoievski (Crimen y
castigo, El idiota, Los hermanos Karamazov), Tolstoi (Guerra y paz, Ana Karenina, Una confesión) y Chéjov (Cuentos).
De los americanos también hay que comenzar
a contar con ellos. Al igual que con los rusos, haré una selección que dudo sea
lo más canónico, pero que en mis lecturas me han dejado huella indeleble.
Washington Irving, Fenimore Cooper, Emily Dickinson, Walt Whitman, Herman
Melville, Edgar Allan Poe, Frederick Douglass, Henry James (Retrato de una dama, Las bostonianas, La edad del pavo, Los
embajadores, La copa dorada), Mark Twain (Las aventuras de Huckleberry Finn), Frank Norris (El pulpo).
Este sería un esbozo de canon clásico. A
partir de aquí, la actualidad de los siglos XX y XXI se transforma en un caos
impresionante. Para mí, creo que no existe un canon verdadero todavía en este
período, pues ninguno de los libros y escritores que podrían acceder al mismo,
tienen la potencia que otros ya citados han poseído. Trataré de seleccionar
meticulosamente.
De Italia: Luigi Pirandello (Cinco obras de teatro), D’Annunzio (Maia: Elogio de la vida), Giuseppe Tomasi de Lampedusa (El gatopardo), los poemas de Pasolini y de Cesare Pavese, y Las ciudades invisibles y Tiempo
cero de Italo Calvino.
De España: Unamuno (Vida de don Quijote y Sancho); Antonio Machado (Campos de Castilla); Juan Ramón Jiménez
(Platero y yo, La soledad sonora y Piedra
y cielo); Valle Inclán (Tirano Banderas, Sonata de Otoño y Luces
de Bohemia); Salinas, Guillén, Aleixandre, Lorca, Alberti y Cernuda (Ocnos); Miguel Hernández (Perito en lunas y El rayo que no cesa);
Cela (La colmena); Delibes (Las ratas y El camino).
De Portugal: Fernando Pessoa (Libro del desasosiego) y Cardoso Pires (Balada de la playa de los perros).
De Francia: Marcel Proust (En busca del tiempo perdido); Paul
Valery (Teoría poética y estética);
Jean Paul Sartre (A puerta cerrada, La
náusea y Las palabras); Camus (La
peste, El extranjero y El mito de Sísifo); André Malraux (La condición humana); François Mauriac (Thérèse Desqueyroux, La mujer de los fariseos).
Gran Bretaña e Irlanda: G. Bernard Shaw (Pigmalión); Rudyard Kipling (Kim, Puck, de la colina de Pool, Relatos);
Joseph Conrard (Lord Jim, Nostromo,
Victoria, Bajo la mirada de occidente, El
corazón de las tinieblas); Robert Graves, Somerset Maugham (La luna y seis peniques); Virginia Wolf
(Mrs. Dalloway, Las olas, Entre actos);
James Joice (Dublineses, Ulises);
Aldous Huxley (Un mundo feliz);
Lawrence Durrell (El cuarteto de
Alejandría); Paul Muldoon (Antología
poética); George Orwell (1984).
De Alemania: Rainer María Rilke (Sonetos a Orfeo); Kafka (América, Relatos completos); Bertolt
Brecht (Galileo, Madre coraje y sus hijos);
Thomas Mann (La montaña mágica);
Hermann Hesse (El lobo estepario; El
juego de los abalorios); Günter Grass (El
tambor de hojalata, El rodaballo).
De Rusia: Boris Pasternak (El doctor Zhivago)
De Dinamarca: Isak Dinesen (Siete cuentos góticos y Cuentos de invierno).
De Grecia: Cavafis (Poesía completa).
De Hispanoamérica: Rubén Darío, Borges,
Alejo Carpentier, Pablo Neruda, César Vallejo, José Donoso, Julio Cortázar,
Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa.
De Estados Unidos: Gertrude Stein (Tres vidas, Ser americanos); Sinclair
Lewis (Babbit); T.S. Elliot (Teatro, poesía y ensayos); F. Scott
Fitzgerald (El gran Gatsby): William
Faulkner (Santuario, Luz de agosto y Relatos completos); Ernest Hemingway (Adiós a las armas, Fiesta, El jardín del
Edén); John Steinbeck (Las uvas de la
ira); Paul Bowles (El cielo protector);
Truman Capote (A sangre fría); Vladimir Nabokov (Lolita);
Gore Vidal (Lincoln); Tennessee
Williams (Un tranvía llamado deseo, Verano y humo); Tony Kushner (Ángeles en América).
De entre todos los citados y aquellos que
aquí no están, a mi entender, el centro de gravedad es Shakespeare; y los
vértices Dante, Virgilio, Cervantes y Homero.
Homero escribió de rodillas, adorando a sus
héroes. De pie lo hizo Shakespeare, poniendo a los hombres y sus problemas ante
él y resolviendo sus percances como pudo. En el aire escribió Cervantes
idealizando a sus personajes hasta elevarlos por los aires. Y en éxtasis
escribieron Virgilio y el Dante, extrayendo de los infiernos el ser del hombre
y las miserias que le acompañan.
Dante es la herejía, llevada a cuestas con
Beatriz; la desconfianza del hombre ante la incertidumbre de la vida y la
ignorancia del más allá. Cervantes reproduce la ironía del ser humano y con
audaz maestría nos hace a todos idénticos en la fealdad y en los vicios, en la
riqueza y en la miseria, en la belleza y en la decrepitud. Homero representa la
epopeya épica, el honor y la orfandad del hombre frente a los dioses
todopoderosos, frente al mismo hombre y frente a los cataclismos del planeta;
es la aceptación de la pequeñez ante un Olimpo desdeñoso y caprichoso que lo
mismo aúpa al ser humano hasta el triunfo que lo hunde en el infierno. Y
Virgilio plasma la sabiduría, la perfecta conjunción entre idea y logos, es la
armonía hecha hemistiquio, al conducir acertadamente al peregrino por los
infernales círculos dantescos.
Shakespeare, con sus nueve comedias, sus
siete historias y sus diez tragedias, más el resto de obras hasta completar
treinta y cinco, realiza un retrato de todos los tipos posibles humanos.
Shakespeare es el escritor más vitalista de toda la literatura universal, el
que mejor ha sabido acertar en la representación de la naturaleza, hasta el
punto de poder afirmar que él, Shakespeare, nos ha creado en nuestros desgarros
y alegrías, ha inventado la personalidad del hombre; o que nos advierte de lo
que nos va a pasar. En Shakespeare estamos todos representados y hasta los
personajes se representan a sí mismos, cada vez que actúan. Por eso Shakespeare
es entendido en todas partes; por el mismo motivo su discurso no cansa sino
todo lo contrario y cada vez que lo tenemos delante no precisamos pensar:
Shakespeare y sus personajes piensan por nosotros.
Cuento de invierno, posiblemente la
más original de las obras de Shakespeare, arrastra una carga psicológica
extraordinaria, la del personaje Leontes, un Otelo que es a su vez su propio
Yago.
Is this nothing?
Why then the world
and all that’s in’t, is nothing,
The covering sky is
nothing, Bohemia
nothing,
My wife is nothing,
nor nothing have these nothing,
Tremendo desgarro
del alma el de este Leontes que supera en su locura a Yago y a Edmundo y en la
enfermedad de los celos al propio Otelo. Es misógino y a la vez nihilista, un
peligroso cóctel que desemboca en tiranía:
Hermione is chaste; Polixenes blameless;
Camillo a true
subject; Leontes a jealous tyrant; his innocent
Babe truly
begotten; and the king shall live
Without an heir, if
that which is lost be not found.
Los celos sexuales y el nihilismo
metafísico no son suficiente causa que explique la locura y tiranía de Leontes.
Causa y efecto son ficciones, dice Nietzsche. Pero Shakespeare va más allá, y
antes, que Nietzsche; y plantea la posibilidad como fruto de la nada; es decir,
no como efecto sino como realidad irracional, pero cierta: donde no hay nada,
todo es posible. El canto a las nadas del peligroso Leontes así lo pone de
manifiesto.
Al final todo termina en nada, felizmente.
Y así, de ese modo, como mejor cupiera a Freud, Cuento de invierno es una sesión de psiquiatría llevada a cabo dos
siglos antes de su tiempo.
Y es tan cierto que al final de la obra,
nadie pierde.
Y Leontes, asombrado, dice: si esto es
magia, que sea un arte tan lícito como el comer.
***********
¡Cuánto me gusta oír las rumiantes
canciones de La Oreja de Van Goth! Fantasy, See Ya, Eternal Flame, It’s OK.
Todo el cuerpo se adereza; mis soluciones mágicas se tornan evanescentes con
esta música. Me olvido de todo, me dejo llevar. Suspiro y el alma se
tranquiliza. El sofoco que a veces me produce el ajetreo de la vida desaparece.
*************
Y, mientras tanto, seguiré con mis
aventuras fotográficas, con mis continuos viajes por el mundo, visitando países
donde la vida se toca con las manos. Seré una adolescente precoz en un mundo
pertinaz, extraordinariamente cálido; en un mundo repleto de maldades y de
belleza que pugna por la sangre que corre entre las venas; mi corazón no
defraudará a la ilusión que me hace sentir cada día más completa, más mujer,
más intensa si se puede definir así la fuerza que me lleva hacia lo
desconocido. A descubrir por mí misma el error del alma que está prisionera
desde mis primeros escarceos culturales. La religión que me inculcaron ha
dejado sitio al ser humano, antes que a las cruentas estampas de una pasión
incomprendida y que no me dice nada. No creo que el ser humano esté hecho de
bondad ni de maldad: son las circunstancias las que a cada uno nos convierte en
seres apreciados o en personas odiadas por los demás; y siempre envidiados, a
pesar de las buenas intenciones, de las palabras avenidas y de los susurros
equívocos.
Desde que acabé los estudios no he parado
de recorrer el mundo. No he olvidado la necesidad de trabajar en algo que me
completase el sustento que preciso para vivir; pero nunca he adorado las
comodidades de la vida moderna. Soy capaz de soportar los mayores sufrimientos
si con ello consigo lo que pretendo: la verdadera libertad de acción, la independencia
de todas las oportunidades versátiles y huidizas que la vida me ofrece. Y
apartarme de la efímera tranquilidad de una existencia correcta conforme a los
parámetros establecidos por la sociedad.
¡Cantabria queda ya muy lejos!